Epícteto, filósofo estoico
Esclavo desde su niñez, libre después gracias a sus grandes dotes para la filosofía, Epícteto ha pasado a la Historia como uno de los más grandes filósofos con que ha contado la Humanidad.
Epícteto nació en el año 50 de nuestra era, en la ciudad de Cibeles, cerca de Hierápolis de Frigia, en lo que hoy es Pammukale, en Turquía. Sin antecedentes conocidos, fue llevado a Roma como esclavo donde entró al servicio de Epafrodito, liberto de Nerón y cruel personaje capaz de desfigurarlo y mutilarlo a base de malos tratos. Fue precisamente en uno de esos castigos donde Epícteto perdió parte de la movilidad de su pierna tras ser torturado. De ese momento parte su leyenda más conocida, cuando mientras el instrumento de tortura le aprisionaba cada vez más fuerte su pierna, aguantó estoicamente el dolor mientras tranquilamente hablaba con su torturador advirtiéndole de la posibilidad de que rompiera el artilugio con el que lo aprisionaba.
Desgraciadamente, ninguna de las leyendas o mitos que corren en torno a su figura pueden ser confirmados pues durante toda su vida Epícteto no escribió sus pensamientos y fueron sus discípulos, en años posteriores, quienes recogieron sus enseñanzas en dos libros: el Enchyridion y los Discursos.
Sin embargo fue el propio Epafrodito el que instó a su esclavo a estudiar filosofía con Musonio Rufo, auténtica fuente de inspiración de Epícteto y de quien recibió los conocimientos y creencias necesarias para formar parte de la corriente estóica que caracterizaba a Rufo.
Gracias a ello consiguió de su amo la manumisión y ya con la libertad en la mano, se cree que hacia el año 94, marchó a Nicópolis, en el noroeste griego, donde fundó su escuela propia, no sin antes haber sufrido en Roma en aquellos últimos años la persecución del Senado cuando bajo el gobierno del emperador Domiciano dictaron una proscripción que obligaba a filósofos, matemáticos y astrólogos a marchar del Imperio.
Curiosamente los mismos romanos que lo denostaron se convirtieron en fieles seguidores de su filosofía. Flavio Arriano, importante historiador de la época, o incluso el futuro emperador Adriano hicieron escala en Nicópolis para rendirle visita. Allí, como parte de la escuela estoica, Epícteto se dedicó a la lógica, la física y la ética, predicando la vida contemplativa centrada en el concepto de la «eudaimonía» (la felicidad).
En su escuela enseñaba a tener fuerza emocional, a adquirir confianza en sí mismo mediante el autoconocimiento de uno mismo como parte del proceso para disfrutar de todas las maravillas que la vida puede ofrecer. La «ataraxia» (imperturbabilidad), la «apatía» (falta de pasión) y la «eupatía» (buenos sentimientos) eran instrumentos necesarios para adquirir esa fuerza tan necesaria.
Sus enseñanzas era realmente más morales que lógicas, pero siempre dirigidas a alcanzar la felicidad personal, a distinguir lo que se puede cambiar de lo que no, actuar sobre lo cambiable y simplemente aceptar aquéllo en lo que no podemos intervenir. Esa aceptación de nuestros límites es lo que nos conduce a la felicidad. Una frase suya resume bastante bien la profundidad de sus pensamientos:
«No nos afecta lo que nos sucede, sino lo que nos decimos sobre lo que nos sucede«
Es por eso tan importante aprender a controlar nuestras emociones y aceptar hasta donde podemos llegar. Según Epícteto, para quien es la Divina Providencia quien gobierna el mundo, la fuerza debe sacarse de Dios quien le dio al Hombre esa partícula minúscula divina que hemos de proteger de la mala influencia de los sentidos. Esa partícula, esa fuerza interior, es nuestra conciencia, a la que debemos oir en los momentos de flaqueza o duda.
Sus «Discursos» (a los que algunos también conocen como «Disertaciones») son una de las obras más representativas de la escuela estoica, de gran importancia en el estudio de la filosofía actual.
Epícteto vivió pobre y solo desde su marcha de Roma hasta que en los últimos años de su vida tomó a una esposa con la que cuidar a un huérfano que había adoptado. Se despidió estoicamente de nuestro mundo entre los años 125 y 130 de nuestra era.