Voltaire, un espíritu libre

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Representante del movimiento ilustrado, Voltaire fue uno de los más grandes filósofos de todos los tiempos. Considerado uno de los arquitectos de la Revolución Francesa, fue, sin duda, una de las mentes más brillantes que Francia ha dado. Este polifacético escritor ha dejado un interesante y heterogéneo legado literario, en el que cabe destacar sus relatos y los libros donde expresaba su polémica ideología.

François-Marie Arouet (tal era su verdadero nombre) nació el 21 de noviembre de 1694 en París, en el seno de una familia burguesa. Hijo de un notario, estudió en la más prestigiosa escuela del momento: el colegio jesuita Louis- le- grand.

A pesar de la estricta disciplina impuesta por los jesuitas, el joven Voltaire pronto se dio cuenta de que era un espíritu libre y empezó a cuestionar la validez de la monarquía y la religión. Poco después, su padrino lo introdujo  en la sociedad libertina del Temple.

Fue secretario de embajada en La Haya en 1713, ciudad que tuvo que abandonar tras mantener un affaire con la hija de un refugiado hugonote. De vuelta en París, empezó a escribir unos versos irrespetuosos, que ponían en tela de juicio el poder del rey y a causa de los cuales fue encerrado en la famosa prisión de la Bastilla (1717).

Al salir de la cárcel, fue desterrado a Châtenay, donde empezó a firmar sus escritos bajo el nombre de Voltaire. No había transcurrido mucho tiempo cuando Voltaire volvió a vivir en la oscuridad de la Bastilla tras un altercado con el caballero de Rohan. Una vez puesto en libertad, fue exiliado a Gran Bretaña donde recibió una cálida acogida por parte de los medios literarios y comerciales. De esta época son sus obras «Henriade«, «Bruto«, «La historia de Carlos XII» o «El templo del gusto«.

En 1734 escribió su obra más polémica: «Cartas filosóficas«. En ellas, Voltaire convierte un reportaje sobre Gran Bretaña en una ácida crítica al régimen francés. Una vez más, fue condenado a prisión pero logro escapar y refugiarse en Cirey, donde trabó amistad con la marquesa de Châtelet. Gracias a ésta, Voltaire fue ganando prestigio ante los ojos del rey, siendo nombrado historiógrafo real de Luis XV. Asímismo, en 1746, el pensador francés ingresó en la Academia Francesa.

Su rivalidad con el dramaturgo Crébillon y la muerte de la marquesa contribuyeron a su desprestigio ante la corte. Por ello, en 1750, invitado por Federico II, se mudó a Postam donde escribiría «El siglo de Luis XIV«, «Micrógenas» y «Zadig«.

Voltaire no tenía un carácter fácil y, tras enemistarse con Federico II se trasladó a Ginebra. Allí se encontró con que su pensamiento liberal chocaba con la rígida mentalidad calvinista.  Su irrespetuoso poema sobre Juana de Arco, «La doncella» (1755), y su colaboración en la Enciclopedia chocaron con el partido de los católicos.

A estas obras siguieron otras de igual o mayor polémica. Durante 18 años, Voltaire se dedicó casi exclusivamente a la escritura y al pensamiento. Multiplicó sus escritos polémicos y subversivos, con el fin de «aplastar al infame», es decir, el fanatismo clerical. Cabe destacar aquí la importancia de algunos escritos como «Tratado de la tolerancia» (1763) o «Diccionario filosófico» (1764).

Voltaire criticó el sistema judicial francés, motivo por el cual en 1778 entraría en París por la puerta grande, con el cariño y admiración del pueblo que le ofreció un recibimiento triunfal. Murió pocos meses después, dejando escritas estas palabras: «Muero adorando a Dios, amando a mis amigos, no odiando a mis enemigos y detestando la superstición».

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