Miguel Servet, la inteligencia contra el dogma
Una de las voces que más alto se escucharon en contra del poder religioso del siglo XVI fue la del astrónomo, meteorólogo, teólogo, matemático, anatomista y médico español Miguel Servet. Sus investigaciones lo llevaron a realizar descubrimientos relacionados con la circulación pulmonar. Sus afirmaciones iban en contra de las creencias de aquellos años, se enfrentó a los cristianos y a los protestantes por igual, al punto que fue enjuiciado y condenado a morir en la hoguera.
Dicen las crónicas que nació en Villanueva de Sigena el 29 de septiembre de 1511. A los 17 años emigró hacia Toulouse y comenzó con sus estudios en leyes. Allí mismo comenzó a estudiar teología de un modo obsesivo.
Su personalidad era tan fuerte que al poco tiempo ya había generado polémica entre los intelectuales de la universidad; lo llamaron “inicuo y malvado españolu”. Era tan violento el odio que le tenían que tuvo que emigrar a Alemania, donde fue agregado al séquito de Carlos V. Las discusiones continuaron con la misma intensidad. Se vio obligado a trasladarse a París, ciudad donde finalmente obtuvo el título de médico.
En Francia expuso su gran hallazgo: la sangre no se mantiene quieta en el cuerpo, está en constante circulación dentro de una red de venas y arterias que se cruza con el sistema respiratorio para oxigenarla. Su teoría, para la que presentaba pruebas fortísimas, fue ridiculizada por todos los catedráticos. Servet no se quedó callado e hizo pública la discusión. Las autoridades intervinieron inmediatamente, obviamente en su contra, ya que sus postulados contradecía todo lo que afirmaba la iglesia.
Paralelamente, el científico mantenía una relación epistolar con Juan Calvino, de enorme influencia en el movimiento protestante. Como no podía ser de otra forma, discutían acaloradamente sobre teología y sobre el rol de la ciencia. Consecuencia de sus descubrimientos, Servet fue enjuiciado por el poder de turno, pero como no encontraron papeles en su casa que puedan ser utilizados en su contra el caso se suspendió.
Calvino se enteró de esta situación y presentó todas las cartas que tenía, firmadas de puño y letra por el revolucionario médico. Al instante fue condenado a prisión y posterior muerte. Servet huyó de la justicia francesa y se instaló en Italia donde se hizo pasar por un tal Miguel Vilamonti. Pero no sirvió de nada, la estructura de espionaje de Calvino fue lo suficientemente efectiva como para encontrarlo al poco tiempo.
Se lo acusó textualmente “por decir que el bautismo de los pequeños infantes es una obra de la brujería, y por muchos otros puntos y artículos y execrables blasfemias […], para seducir y defraudar a los pobres ignorantes”.
Calvino fue a visitar a Servet a la prisión. Allí el científico le pidió ser ejecutado por el hacha, pero el religioso no dio el brazo a torcer. A los pocos días fue incinerado en la hoguera en Ginebra, el 27 de octubre de 1553. Sus verdugos lo ataron bajo una pila de leños verdes encendidos, de ese modo el fuego avanza lentamente y la tortura es más dolorosa.