Woody Allen, genio del cine
Allen Stewart Konigsberg, que adoptaría a los 15 años el sobrenombre de Woody Allen, llegó al mundo el 1 de diciembre de 1935. Sus padres, Martin Konigsberg, y Nettea Konigsberg, profesaban ambos creencias judías ortodoxas que marcarían profundamente la vida y carrera profesional de su hijo y de su hermana menor, la productora Letty Konigsberg.
Poco amigo del mundo académico, el artista nacido en Brooklyn acabaría por conseguir a través del cine desafiar en más de una ocasión los estrictos clichés norteamericanos acerca del éxito profesional y personal, con una ironía y un humor inteligente que han hecho que diferentes generaciones se rían a carcajadas con sus ocurrencias. El judío bajito, feucho, neurótico y poco hábil con las mujeres consiguió, casi de un plumazo, poner patas arriba la imagen ideal que Estados Unidos había construido de sí mismo.
Esto ha provocado que sin duda alguna, y aparte de su faceta como director, músico y guionista de cine, Woody Allen sea considerado como uno de los mejores filósofos que ha dado el siglo XX.
De este modo, con su larguísima obra (que incluye películas, monólogos y obras de teatro) ha conseguido situar en el punto de mira cuestiones tan importantes en el país más poderoso del mundo como pudieran ser el amor, la muerte o la idea de Dios.
El considerado como el rey del humor inteligente tuvo como primer gran éxito la película “Tócala otra vez, Sam”: una comedia perfecta, calificada en su momento por la crítica especializada como “deliciosa” y que en nuestros días se representa en el Teatro Maravillas de Madrid.
En su currículo, que es casi casi interminable, aparecen verdaderas joyas que han pasado al olimpo de la Historia del Cine, como “Annie Hall”, “Misterioso asesinato en Manhattan”, “Días de radio”, “Manhattan”, “Desmontando a Harry” o “Balas sobre Broadway”, por citar tan sólo algunos de sus títulos más sonados.