Menandro de Atenas, comediógrafo griego

Meandro de Atenas

«Quien tiene la voluntad tiene la fuerza», decía el comediógrafo griego Menandro. Nacido en Atenas, en el año 342 a. C., en el seno de una familia acomodada, fue discípulo del poeta Alexis y del filósofo Teofrasto. Su amplio legado cultural y bibliográfico reúne más de cien comedias de las que tan sólo una se conserva en su totalidad: «El misántropo».

Menandro se consagró como el máximo representante de la comedia nueva, gracias a su encomiable dominio de la trama. Observaba los caracteres de las personas para dar vida a los personajes de ss obras y de ahí que muchos de estos se convirtieran en arquetipos. Autores como Publio Terencio y Tito Maccio Plauto se vieron altamente influidos por Menandro y, gracias a ellos, el estilo del ateniense alcanzó, con el devenir de los años, el teatro renacentista europeo.

Menandro vivió en la capital griega durante toda su vida, rechazando incluso invitaciones para trasladarse a las cortes de Egipto y Macedonia. Al parecer, el griego fue digno discípulo de Epicuro y de Teofrasto y perteneció al círculo de Demetro de Falereo, gobernante de Atenas entre 317 y 307 a. C.

Los pocos datos que se tienen de la vida de Menandro, parecen indicar que pereció ahogado en el año 292 a. C. mientras practicaba natación en el puerto de El Pireo. En vida, no destacó precisamente por sus piezas teatrales, a pesar de haber escrito más de un centenar de obras. En las fiestas dramáticas atenienses, tan sólo consiguió ocho victorias. El reconocimiento a su obra llegaría después de muerto, cuando los eruditos de Alejandría lo nombraban, junto a Filemón, como uno de los principales poetas que habían cultivado la comedia.

Por aquel entonces, la comedia se consideraba como «espejo de la vida«. Con el fin de reflejar fielmente la realidad en sus composiciones, se fue alejando progresivamente de la vida pública para centrarse en la creación de personajes y tramas. De este modo nacieron sus más famosos arquetipos: la cortesana, el padre severo, el parásito, el hijo descarriado, el soldado fanfarrón, el criado fiel, etcétera; y, junto a ellos, se fueron perfilando caracteres como el supersticioso o el avaro.

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